"Como un sauce al lado de vastas aguas". Ezequiel 17:5

jueves, 19 de abril de 2012

Alejandría

Los primeros rayos del Misterio de Ra se deslizaron por las cortinas de seda de Palmira de sus estancias. Aunque ella llevaba tiempo despierta, esperaba este momento, en el que el calor y el color inundaran de nuevo el mundo.

Con el único vestido de su desnudez, camino por el frío mármol para encontrarse con la terraza que daba al noroeste del delta del Nilo. La cuidad ya bullía. Al puerto Alto llegaban ya con la marea baja los calados barcos “cisne” de Lys; marineros y comerciantes se apremiaban para otro día de trabajo. Por las retorcidas calles donde el Sol todavía no había vencido a la Luna se retiraban a sus hogares los habitantes de la lujuriosa y mimética noche, donde nada era imposible.

Los contraste de vida y cultura de la cosmopolita megalópolis se teñían de los purpuras, rojitos y dorados del amanecer, despertando a la vez olores de humedad, de sal, de arena del desierto, de sexo y piedad; el olor del incienso de sus miles dioses.

En su terraza, mientras el Sol de todos calentaba su desnuda piel blanca, fue consciente por primera vez de su destino: Había encontrado Alejandría. No la simple cuidad, sino su cuidad, su mundo. Su Alejandría.

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