"Como un sauce al lado de vastas aguas". Ezequiel 17:5

jueves, 19 de abril de 2012

Alejandría

Los primeros rayos del Misterio de Ra se deslizaron por las cortinas de seda de Palmira de sus estancias. Aunque ella llevaba tiempo despierta, esperaba este momento, en el que el calor y el color inundaran de nuevo el mundo.

Con el único vestido de su desnudez, camino por el frío mármol para encontrarse con la terraza que daba al noroeste del delta del Nilo. La cuidad ya bullía. Al puerto Alto llegaban ya con la marea baja los calados barcos “cisne” de Lys; marineros y comerciantes se apremiaban para otro día de trabajo. Por las retorcidas calles donde el Sol todavía no había vencido a la Luna se retiraban a sus hogares los habitantes de la lujuriosa y mimética noche, donde nada era imposible.

Los contraste de vida y cultura de la cosmopolita megalópolis se teñían de los purpuras, rojitos y dorados del amanecer, despertando a la vez olores de humedad, de sal, de arena del desierto, de sexo y piedad; el olor del incienso de sus miles dioses.

En su terraza, mientras el Sol de todos calentaba su desnuda piel blanca, fue consciente por primera vez de su destino: Había encontrado Alejandría. No la simple cuidad, sino su cuidad, su mundo. Su Alejandría.

jueves, 12 de abril de 2012

Eterno dolor de cabeza

Abrió  los ojos. No vio nada, todo estaba borroso. Ni siquiera sentía la respiración, y una fuerte palpitación le brotaba de la sien izquierda de su cráneo, un dolor de cabeza desproporcionado.
No recordaba nada. Intentó hacer memoria de algo de lo ocurrido la noche anterior y fue incapaz. Pensar en ese momento le resultaba una tarea imposible, como si en su cerebro no hubiera almacenado ningún dato, no solo de la últimas horas, sino de ningún otro momento de su vida. Pero el dolor de cabeza si estaba ahí, y era insufrible.
Intentó con movimientos torpes y perezosos levantarse del suelo. Un suelo desconocido de una habitación también desconocida. No sintió las extremidades moverse, ni siquiera cuando apoyó los codos en el mismo suelo donde estaba tumbado para hacer fuerza e incorporarse. Tampoco apreció el juego de rodillas al flexionar para terminar por ponerse en pie por completo. Solo sentía una cosa: el dolor de cabeza. La migraña le hacía sentir palpitar las venas y arterias de la parte más interna del cerebro, como si le fueran a explotar, era un pinchazo constante acompañado de martilleos secos en el hueso.
 Con la vista nublada, observó  a su alrededor, y en la habitación donde había aparecido desmallado, sin sentido, borracho o lo que fuese, había indicios de lucha o de que por lo menos nada agradable hubiera pasado: la cama estaba deshecha y mostraba unas extrañas manchas, la lámpara volcada sobre la mesilla parpadeaba incesantemente. La confusión y el titileo de la bombilla no hacían más que agravar el dolor de cabeza.
Pero un instinto irrefrenable le guiaba hacia una puerta que se encontraba al fondo del cuarto. Apoyando la cabeza en la pared, como para intentar mitigar el dolor, y deslizándose por ella, alcanzó con las dos manos la puerta que, estrepitosamente se abrió de golpe con su peso apoyado sobre ella.
Debía de haber perdido el equilibrio al abrir la puerta ya que estaba de bruces tirado en el suelo de azulejos blancos, de lo que parecía ser un cuarto de baño. El golpe la había acrecentado el dolor de cabeza. Pero la sorpresa la encontró cuando, tendido junto a él, descubrió el cadáver de una joven, ensangrentada, con la cara desfigurada y la ropa hecha jirones. Al verla tendida sobre el piso, el instinto que le guió hasta allí, hayo respuesta.
Se descubrió mordiendo el torso del cadáver, arrancando pedazos de carne fría para llegar a las partes que aun estaban tiernas. Todo el cuerpo comenzaba a responderle: la fuerza volvía a sus extremidades, sentía ingerir la carne muerta, el olor a sangre era percibido por su olfato… solo una cosa no desapareció, el insufrible dolor de cabeza, palpitante y punzante.
Se incorporó ahora con destreza y agilidad, encontrando su rostro en el espejo del lavabo que enfrente de él había. La imagen simétrica le permitió ver la sien izquierda de su cabeza destrozada, hundida por el golpe de algo contundente. De la herida, colgaban trozos de carne putrefacta donde se podía ver el hueso del cráneo roto. Y viendo su reflejo, comprendió todo.
 Se había convertido en un zombie. A partir de ahora se alimentaría eternamente de carne humana. Nunca más tendría que sentir ni pensar. Exceptuado la herida que, probablemente lo había matado, y que le produciría un eterno dolor de cabeza.